Argentina cumple 40 años de democracia ininterrumpida y se encuentra
atravesando una crisis permanente en prácticamente todos los planos de
la vida nacional, que cada día que pasa parecen profundizarse aún más; este
escenario nos hace vulnerables, limita nuestra capacidad de acción y
daña progresivamente nuestra calidad de vida.
Estamos sumidos en una realidad que no nos gusta, que nos lastima y
nos hace daño. La certeza de que 2 de cada 3 chicos en Argentina son pobres
nos golpea y nos avergüenza, del mismo modo nos duele no ofrecer soluciones
concretas. Nuestros problemas sólo pueden vencerse con la voluntad y la
contribución de todos los actores de la política argentina. Quien diga lo
contrario estará mintiendo con fines electorales.
La política – en la cual me incluyo -, debe tener la capacidad de superar
nuestro historial de enfrentamientos y frustraciones para dar respuesta a
una sociedad cada día más indignada y empobrecida. Debemos lograr
saldar las deudas del pasado y pensar en un futuro que nos integre a todos,
como lo hizo la España de Adolfo Suarez en 1977, con su Pacto de la
Moncloa, hoy un hito indispensable en el camino de la recuperación
económica de un país acechado por la pobreza. España, en aquel entonces,
entonces padecía una inflación del 40%, un desempleo creciente, una balanza
comercial desfavorable y un electorado altamente fragmentado, a cargo de un
gobierno que había arribado al poder con el 35% de los votos.
Las reformas de fondo que demanda la Argentina, requieren de amplitud y
sólo son posibles fortaleciendo nuestra democracia y nuestra república a
través de acuerdos sólidos e inclusivos. Es necesario que todos los partidos
políticos y los actores de la vida nacional, dejemos de distraernos en discutir
internas, que profundicemos en el análisis de los medios y métodos que
permitan sacarnos del caótico estado de declinación permanente en que
vivimos y, es fundamental, que los dirigentes abandonemos nuestras
apetencias particulares.
Nuestra energía debe estar puesta en encontrar un camino robusto y
estable de reconstrucción, que, dada la intensidad de la crisis, exige
consensos básicos que permitan implementar a su vez medios idóneos para
conjurarla y a fin de que aquellos no mueran en una simple expresión de
buenas intenciones.
Podemos ser articuladores de un mejor Estado, moderno, eficiente, donde
prime la calidad institucional, desde el cual impulsemos una economía
competitiva y abierta que mejore nuestros indicadores. Donde la sociedad que
lo habita no corra peligro producto de malas decisiones políticas.
Debemos ser sensatos y ejercer nuestra responsabilidad política sin
mezquindades y con la altura que merece la extrema gravedad de la situación.
Superar la crisis con éxito depende de nosotros.