Concordia, Entre Ríos ARG
Viernes, 26 Abril 2024
   
Locales  Jueves 18 de Abril del 2019 - 09:46 hs.                877
  Locales   18.04.2019 - 09:46   
Miércoles Santo.
Se ofició la tradicional Misa Crismal en la Catedral de Concordia.
El Obispo Diocesano Monseñor Luis Armando Collazuol ofició la Misa Crismal junto al resto de los sacerdotes de la diócesis, brindando un mensaje de fe y de acción a los jóvenes. Es la homilía que se realiza cada año para bendecir los óleos utilizados por la Iglesia católica en ceremonias y para dar servicios a enfermos.

La imagen es meramente ilustrativa.

MARÍA, MADRE DE LOS SACERDOTES

Misa Crismal

Homilía

Concordia, 17 de abril de 2019

1.

Nos disponemos a celebrar la Pascua, pero no podemos hacerlo sin tener

nuestra alma, mente y corazón unidos a la Santísima Virgen María. En el sacrificio al

cual Jesús se entrega por nuestra redención, María está unida con estrecho e

indisoluble vínculo, cooperando de un modo singular a la obra de nuestra redención.

Al realizar la Asamblea Diocesana de Pastoral el pasado 02 de marzo, invitaba a

todos a contemplar a la Virgen María en nuestras vidas y en nuestro camino pastoral.

En el marco de esta Misa Crismal, de renovación de nuestras promesas sacerdotales,

deseo contemplar y expresar de un modo particular el nexo entre la Virgen y el

sacerdocio ministerial.

Es un nexo profundamente enraizado en el Misterio de la Encarnación.

Cuando Dios decidió hacerse hombre en su Hijo, quiso necesitar el “sí” libre de una

criatura suya. Dios no actúa contra nuestra libertad. Y sucede algo realmente

extraordinario: Dios se hace dependiente de la libertad, del “sí” de una criatura suya;

espera este “sí”.

El “sí” de María es, por consiguiente, la puerta por la que Dios pudo entrar en

el mundo, hacerse hombre. Así María está real y profundamente involucrada en el

Misterio de la Encarnación, de nuestra salvación. Y la Encarnación, el hacerse hombre

del Hijo, desde el inicio estaba orientada al don de sí mismo, a entregarse con mucho

amor en la cruz a fin de convertirse en Pan para la vida del mundo. De este modo

sacrificio, sacerdocio y Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de

este Misterio.

2.

Durante el ministerio público de Jesús, María recibió con fe y docilidad las

palabras de su Hijo. Él, elevando la condición del discípulo sobre el vínculo de la

carne y de la sangre que lo unía a su Madre, la proclamó bienaventurada cuando llamó

felices a “los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”, como María lo hacía

fielmente (cf. Lc 11,27,28). ¡Feliz de Ti, María, fiel discípula del Señor!

“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y

mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin

designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente

con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo

con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma”. (LG 58)

Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de la cruz y ve al discípulo amado;

es una prefiguración de todos los discípulos amados, de todas las personas llamadas

por el Señor a ser “discípulos amados” y, en consecuencia, de modo particular

también de los sacerdotes.

Jesús dice a María: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Es una especie de testamento:

encomienda su Madre al cuidado del discípulo, del hijo. Pero también dice al discípulo: 

“Aquí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27). El Evangelio nos dice que desde ese momento

San Juan acogió a María como Madre, “la recibió en su casa”, es decir, en lo íntimo

de su vida, de sus sentimientos, en la profundidad de su ser. Acoger a María significa

introducirla en el dinamismo de toda nuestra existencia sacerdotal y en todo lo que

constituye el horizonte de nuestro apostolado.

María, cumpliendo el testamento de su Hijo, como Madre está presente en la

vida de la Iglesia desde sus comienzos, particularmente cercana a sus primeros hijos,

los Apóstoles. Vemos que los Apóstoles antes del día de Pentecostés “todos ellos,

íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de

María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1,14). En el nacimiento de la

Iglesia está María implorando con y por los primeros sacerdotes, los Apóstoles. Quien

ya había sido cubierta con la sombra del Espíritu Santo en la Anunciación, con sus

ruegos pide el mismo don del Espíritu para quienes continuarán la Misión de su Hijo.

La bienaventuranza de María se hacía plena cuando participaba de aquellas

primeras celebraciones de la “fracción del pan” en la comunidad de Jerusalén. Los

Apóstoles, cumpliendo el mandato de Jesús, repetían sus palabras de la última Cena:

“tomen, esto es mi Cuerpo… esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se

derrama por muchos” (Mc 14,22-24). La acción del Espíritu Santo hacía entonces

presente sacramentalmente a Jesús glorioso, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su

Divinidad. Y María volvía a recibir en comunión eucarística al mismo Hijo de Dios

que se había encarnado en su seno el día de la Anunciación, entonces por las palabras

del Ángel y el poder del Espíritu Santo, ahora por aquellas palabras sacerdotales de

los Apóstoles y por la acción del mismo Espíritu.

3.

¡Qué grande e inefable el Misterio de la presencia de la Virgen María en el

ministerio de los sacerdotes! Cuando anunciamos el Evangelio, cuando socorremos

al que sufre, cuando oramos en comunidad, cuando bautizamos y celebramos cada

Sacramento, y, sobre todo, cuando celebramos cada Eucaristía, allí está presente Jesús;

y María siempre está con Él… y por eso, en nuestro ministerio sacerdotal, siempre

está también con nosotros.

Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que “Cristo

nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Cor 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención.

Y allí estamos quienes fuimos llamados al sacerdocio ministerial. En virtud de la

sagrada potestad conferida por la imposición de las manos y el don del Espíritu Santo,

se nos envía a ser pastores del pueblo y celebrar el Sacrificio Eucarístico ofreciéndolo

a Dios en nombre de todo el pueblo y por todo el pueblo sacerdotal.

Cada día al celebrar la Santa Misa, nuestra Pascua cotidiana, experimentamos

de un modo particular la cercanía de la Virgen. En el Sacrificio Eucarístico,

“veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de

Jesucristo, nuestro Dios y Señor” (Plegaria Eucarística I), y nos unimos al culto de la

Iglesia celestial en una misma comunión.

Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo

de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta

altísima y humildísima Madre.

La peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es

fuente primaria de santificación. Sentimos que la Virgen María quiere mucho a los

sacerdotes porque se asemejan a Jesús Sacerdote, amor supremo de su corazón. 

Sentimos también que los quiere porque están comprometidos en la misión de dar a

Cristo al mundo; eso es lo que ella hizo en Belén, y también ahora quiere, como

Madre, haga la Iglesia.

En los proyectos generosos y en las horas difíciles, todos los fieles cristianos,

y especialmente los sacerdotes, experimentamos cotidianamente la intercesión de

María que, como Madre, “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra

muerte”.

“La maternidad de María perdura sin cesar... no abandonó su misión

salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los

dones de la salvación eterna”. (Catecismo Iglesia Católica, 969)

4.

El pueblo fiel, en su amor entrañable y piedad confiada, da muchos títulos a la

Bienaventurada Virgen María. Entre ellos, la honramos como “Madre del Sumo y

Eterno Sacerdote”, y también como “Madre de los sacerdotes”.

Nosotros, los sacerdotes, estamos llamados a crecer en una sólida y tierna

devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la

oración frecuente. ¡Consagremos cada día nuestro sacerdocio a la Santísima Virgen

María!

Ustedes, querido pueblo cristiano, oren siempre a la Virgen Madre por todos

los sacerdotes, para que, en todos los problemas del mundo de hoy, conformes a la

imagen sacerdotal de su Hijo Jesús, sean dispensadores del tesoro inestimable de su

amor de Pastor bueno.

Les pedimos también que oren por nosotros, el presbiterio diocesano junto a

su obispo y diáconos, y por nuestros seminaristas; acompañen nuestro camino de

santificación y misión, recen cada día por el aumento, santidad y perseverancia de las

vocaciones al sacerdocio y al diaconado.

Y ustedes, queridos jóvenes, con quienes estamos recorriendo el Año diocesano

de los jóvenes, miren siempre a María, la muchacha de Nazaret. Con el Papa Francisco

en su reciente Exhortación Apostólica a los jóvenes y a todo el Pueblo de Dios, les pido:

no teman decir “sí”, como María, a los llamados del Señor.

“En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo

para una Iglesia joven, que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad.

Cuando era muy joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer

preguntas (cf. Lc 1,34). Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la

servidora del Señor» (Lc 1,38)”. (Christus vivit, 43)

Dios nos bendiga y nos conceda una santa celebración de los Misterios

Pascuales, unidos a los sentimientos de María al pie de la Cruz y primera testigo de la

Resurrección de Jesús.

Luis Armando Collazuol

Obispo de Concordia